Los días que transcurrimos como nación, generan una profunda introspección del camino recorrido y de los desafíos que se asoman con el ímpetu, que, lejos de traer confianza y tranquilidad, apunta mayormente al desasosiego y a la incertidumbre.

Impulsar la luz de nuevas noticias se hace cada vez más retador. Pareciera que lo nublado de nuestros días tiene cautivo la capacidad de percepción de las cosas. Ciertamente la oscuridad e ignorancia se ha subido al trono de nuestra conciencia.

Atrevernos a abordar nuestros días, debe enrumbarnos inicialmente a nuestros inicios, a nuestros liderazgos. Porque es inevitable que surja una interrogante, ¿por qué nuestro pueblo sigue sufriendo el despojo de su valía?

Dar la espalda a la realidad espiritual de nuestras vidas, de nuestra existencia, presos por paradigmas sociales y religiosos, ha generado la deformación de nuestras sociedades y por ende, la multiplicación de liderazgos que tan solo traen mayor oscuridad y ruina. Esto trae ceguera y un sentido de sobrevivencia que involuciona a la convivencia. Hemos dado la espalda a la luz, pero la buena nueva es, que ella no se ha mudado.

En años A.C., naciones también eran desoladas, apartadas, disgregadas. Surgían liderazgos que identificaban una falta generacional que traía consigo oscuridad. En nuestra historia, Simón Bolívar un hombre de una profunda dimensión humana, fue incomprendido por una generación que le dio la espalda. Los inicios de nuestra república, hasta la fecha, ha estado signada por insurrecciones, alzamientos, en medio de una democracia que no ha logrado consolidar sus bases. Es una falla generacional que venimos arrastrando desde nuestros antepasados.

Hubo un líder, Nehemías, que se caracterizó por una gran carga por su nación pero muy significativamente, por el reconocimiento de este líder en que toda su nación se había apartado del plan de Dios para con ellos.

Si elaboramos un símil entre la experiencia de Nehemías de miles de años atrás, con la realidad de nuestros días, no existiría diferencia significativa.  Intentar reconstruir en medio de tanta hostilidad, oposición, implicaba para Nehemías contar con el adiestramiento que las dificultades le aportaban, forjando en él la armadura necesaria para el resguardo del plan de Dios para con su pueblo.

Son tiempos en que debemos mirarnos como individuos cuya cualidad y gracia tiene intrínseco el derecho de volver a comenzar. De detenernos y girar nuestra ruta, de identificar si el norte que perseguimos es el de la luz. Siempre hay un plan de Dios para con cada uno de nosotros, y nuestra tarea consiste en identificarlo y desarrollarlo para traer una restauración en lo personal, en lo social y en la nación.

Los venezolanos, en medio de nuestras diversidades, debemos levantarnos con la certeza de un plan divino, forjados en medio de la dificultad, valiéndonos de una historia rica en mapas que siempre ha evidenciado la causa de nuestras desolaciones. Es tiempo de mirar lo que no nos atrevemos a mirar, es tiempo de romper paradigmas sociales y religiosos, es tiempo que Venezuela rompa con la oscuridad que inhabilita nuestra fuerza. Es imperativo volver nuestra cara a una transformación social, partiendo del individuo hasta el colectivo, construyendo iniciativas éticas que apunte al desarrollo del país. No es otra cosa que el levantamiento de nuevos liderazgos reformadores con nuevos modelos de gestión que puedan servir no solo para sí mismos sino para levantar el estándar de una nación.

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